La diáspora venezolana producto de la crisis que enfrenta el país, ha traído como consecuencia una contradictoria escalada de “ascenso social” para quienes han resistido y se han adaptado a la compleja situación social del país.
De esta manera vemos en la actualidad cómo diversos cargos de la administración pública, profesores universitarios, médicos especialistas responsables de áreas completas dentro de hospitales, jueces y fiscales, son cargos ocupados cada vez, por personas más jóvenes. Aquellos puestos que fueron en el pasado símbolo de “reconocimiento y prestigio social” fueron quedando vacantes ante la imposibilidad de poder garantizar si quiera una vida digna mucho menos un verdadero ascenso social.
Sin embargo, han sido asumidos con humildad por una camada de jóvenes, que, si bien no cuentan con una larga experiencia o trayectoria, han sorteado las adversidades y están colocando sus mejores esfuerzos al servicio de la reconstrucción de una fibra social que debido a la disminución de la calidad de vida obligó a millones de profesionales venezolanos a probar suerte en otras naciones.
Esto puede verse sin duda desde dos perspectivas
Desde una visión fatalista y resentida que pudiese interpretarse como la consecuencia de la “traición de los mejores”, que buscando el porvenir tuvieron que dejar vacantes sus responsabilidades laborales para garantizar la subsistencia de sus familias. Y que agudiza en los venezolanos nuestra seña de identidad folclórica que es la desconfianza.
La desconfianza ha sido la mayor tragedia que nos acompaña a lo largo de la historia. Desde nuestros inicios como república hasta el día de hoy, son diversos los estudios que demuestran altos niveles de desconfianza hacia las instituciones políticas y sociales. En tiempos más recientes incluso hacia la democracia.
Esto debido principalmente a que nadie puede vivir sosegado en una sociedad donde no se confía en los jueces, fiscales y demás administradores de la ley. Especialmente cuando en los cuerpos de seguridad del estado ocurren tantas irregularidades.
Ya lo comentaba Don Mario Briceño Iragorry en 1952 con su ensayo titulado “La traición de los mejores” que cuando los llamados a ser ejemplo de rectitud en la sociedad son quienes cometen hechos de irregularidad se profundiza inconscientemente la desconfianza en la sociedad.
Lo cual nos lleva a tomar decisiones individuales porque cuando se quiebra la confianza en la sociedad, optamos naturalmente a la preservación individual cómo instinto natural
Pero también podemos interpretar nuestra situación actual cómo la oportunidad más esperanzadora de poder reconstruir una nación en base a una verdadera unidad nacional, que tenga como prioridad los beneficios sociales por encima de los intereses individuales.
Yo me inclino por creer que en estos tiempos complejos estamos frente a una gran posibilidad de dar un salto de fe, ya que en estos momentos tenemos las condiciones perfectas para entender que los cargos dentro de la administración pública son para el ejercicio de la vocación social y no un vehículo para la riqueza económica.
Así mismo comprender que en la diversidad de criterios legítimos que podamos tener, debemos sobreponer con sentido común, la unicidad, la tolerancia, la libertad y la justicia frente a la corrupción y la barbarie.
Que existe una generación que entiende que nuestras lealtades no pueden estar al servicio de individuos sino más bien de ideas y proyectos. Debemos como nación crecer en un sentimiento de solidaridad y responsabilidad para compartir metas, valores, ideas y sentimientos.
Entendiendo que los costos de no ponernos de acuerdo en una visión de país compartida no son individuales como nuestros criterios, sino globales. José Leonardo Caldera – #SNNV Libre Opinión- #24Oct #VenprensaInforma
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